Recorrer Oporto es como sentirte en un verano permanente. Feelings de pueblo costero, el sol bajando muy lento y las gaviotas cantando de un lado a otro. Pero de repente, al doblar una esquina, llegas a un cruce de cuestas infinitas bañadas en baldosas de colores. Avenidas que parecen no tener fin, pero que terminan en la calma del Río Duero con una copa de vino entre las manos. No hay nada más bonito que llegar a un país y sentirte como en casa. O quizá sí: visitarlo mientras haces vida rodeado de belleza. Esto es lo que ocurre en Porto, y parte de la culpa la tienen los miles de azulejos que inundan la ciudad.
Los hay de todos los colores, con todo tipo de dibujos, formas y composiciones. A veces se repiten, otras forman juntos una escena emblemática de la historia. Portugal es sin lugar a dudas el país con más azulejos del mundo. Pero vamos más allá del mero ranking: aquí el azulejo es identidad cultural. Patrimonio mundial, además. Y es que, desde que lo popularizaron a principios del siglo XVI gracias a las técnicas morisco-hispanas (traídas de Sevilla y Toledo), este arte pasó del uso exclusivo en diseño, figuración y ornamento a una democratización que benefició a la vida cotidiana de todos los portugueses.
Pero la decoración con azulejos ha saltado las fronteras y ha contagiado al mundo del interiorismo, que bebe de su arte y técnica. Decorar con azulejos es una idea de decoración que nos recuerda a las casas rústicas, pero que ahora se convierte en una tendencia. La vemos en baños, cocinas, pero también en salones y comedores. Los suelos hidráulicos son un claro ejemplo, pero hay muchos más.
Los azulejos son una lengua decorativa única que nos lleva del pasado al presente mientras recorremos Oporto, no sólo apareciendo en iglesias y edificios históricos, también en murales de artistas contemporáneos que continúan la tradición desde una mirada diferente. ¿Nos vamos de ruta?