Chus Burés nunca ha sido un joyero como los demás. Y, de hecho, más que orfebre es en realidad un arquitecto de la miniatura, que proyecta a escala humana y construye sobre el cuerpo. “Una joya es una pequeña pieza de arquitectura”, dice confirmándolo. A lo largo de su carrera ha colaborado con artistas de la talla de Louise Bourgeois, Miquel Barceló o Pedro Almodóvar, y desde hace años, cuando una grave enfermedad le obligó a abortar un proyecto ya terminado con Zaha Hadid que nunca llegaría a materializarse, tenía una asignatura pendiente: desarrollar una colección junto a un(a) arquitecto que admirase. Pero no terminaba de encontrar cómplice.
Hasta que conoció personalmente a Juan Herreros, del que que, en cambio, conocía bien su obra. “Como Juan tiene una parte muy metalúrgica –que es justo lo que soy yo–, le propuse hacer algo juntos. Abrimos una conversación para intercambiar ideas sobre lo que que queríamos hacer, y ésta ha ido creciendo y creciendo hasta hoy”, nos cuenta él mismo.
Herreros, por su parte, tenía muy claro su punto de vista: “Me seducía mucho la idea de la producción. En arquitectura, entre la concepción y la construcción, pasa mucho tiempo, y, por el contrario, me pareció de inmediato que en la propuesta de Chus ese proceso iba a ser algo que casi se haría a la vez. Lo que significaba vivir en tiempo real la transformación de las ideas en algo físico, tangible, en poco tiempo. Y eso me atrajo muchísimo”.
“Muy pronto, en los primeros encuentros que tuvimos –continúa– decidimos dirigirnos hacía la confluencia conceptual de la fachada como el punto de fricción entre la arquitectura y la ciudad y la joya como el punto de fricción entre la orfebrería y el cuerpo. Piel con piel. E hicimos una selección de fotos, dibujos y texturas que fueron generando nuevas ideas –que ya no eran las de uno ni las del otro; tampoco las del origen–, que acabarían dando forma a las piezas de la colección”.
Su inspiración se encuentra en las texturas de las fachadas de dos proyectos del estudio de Herreros y su pasión por las superficies metálicas, onduladas y vibrantes que transmiten conceptos muy asociados a su práctica, como la ligereza, el dominio de la luz y el brillo o el diálogo entre lo artificial y lo natural.
Y el resultado son tres piezas, dos brazaletes –Brise Soleil y Sieve– y un collar –Cloud–, que demuestran que la buena arquitectura es siempre una proyección del lugar donde ésta se asienta, ya se trate de una ciudad o una muñeca.