Formado en arte y arquitectura, en cambio se decantó profesionalmente por el diseño, tanto de producto como de interiores. Imagino que la conjunción de todas esas visiones complementarias habrá dado forma a una concepción holística del oficio, ¿no?
Como dices, llegué al diseño tras recorrer un camino poco convencional: me formé en la Academia de Bellas Artes de Florencia, donde también estudié Arquitectura, y, al licenciarme, a finales de los años setenta, me encontré con el Radical Design, que no sólo apostaba por liberar el diseño de una excesiva funcionalidad, sino también por enriquecerlo desdibujando las fronteras con otras disciplinas artísticas, lo que hizo que empezara a interesarme. Para mí, el diseño es mucho más que un oficio; es la forma de expresión más perfecta. A lo largo de mi carrera he pretendido llegar a ser un profesional culto y formado, pero siempre he sido una persona un poco naíf, motivo por el cual me complace particularmente la concepción del oficio no desde el punto de vista de un especialista con larga experiencia sino de alguien a quien siguen guiando por este territorio tan interesante que ha resultado ser el diseño la curiosidad y su pasión.
Una de las características más destacables de su práctica es la forma en la que atiende al pasado para comprender el presente y darle forma al futuro.
Siempre he considerado el pasado como un fascinante catálogo de formas y tipos que han establecido el imaginario colectivo que compartimos. Mis muebles y objetos recuerdan a menudo a otros que hemos visto antes y nuestro cerebro ha retenido al considerarlos por algún motivo significativos. Yo trato de diseñar piezas que resulten naturalmente familiares, con las que, podríamos decir, sentimos un vínculo de amistad de forma inmediata. Eso es lo que busco, y lo denomino ‘diseño sentimental’.
Un concepto en el que me gustaría mucho que profundizara…
Mi idea es proponer una relación cercana y amistosa entre el objeto y su usuario. Una relación que el tiempo reforzará, pero que está ahí desde el primer momento. Los objetos se pueden tocar, sentir… son mucho más que función. Algo más sensible, más emocional. Yo me inspiro sentimentalmente en el pasado: puede tratarse de una referencia directa a una pieza concreta o pretender la recuperación de un formato o tipología, el apego a un período concreto o un homenaje a determinada época… y, sin embargo, no hay nada de nostalgia en ello, sino la búsqueda de una absoluta contemporaneidad. Esos guiños al pasado son, en efecto, una de mis señas estilísticas, y siempre he trabajado de esta forma. Eso es básicamente el ‘diseño sentimental’.
Y, hablando ahora del proceso creativo, ¿cómo surgen sus pieza s? ¿Existe una dinámica común en sus proyectos?
No, el proceso nunca es el mismo. Depende mucho de lo que se trate. Yo nunca he experimentado una inspiración repentina, momentánea y definitiva. Jamás. Y, en cambio, creo en la lealtad al trabajo. El mío es un esfuerzo constante. También es cierto que la experiencia te permite entender lo que cada proyecto demanda, y de esa comprensión nace la organización del proceso. Pero nunca hay dos proyectos iguales; no, en mi caso.
A lo largo de las cinco últimas décadas has colaborado con algunas de las grandes editoras del Made in Italy, hablamos de Poltrona Frau, Flexform, Giorgetti, Lema o Baxter, aparte de la citada Ceccotti. ¿Cómo se encuentra el necesario equilibrio entre la propia personalidad creativa y la reconocible imagen de marca de ‘aziendas’ tan poderosas?
Se trata de una capacidad que uno aprende a desarrollar, y que, en cualquier caso, yo he tenido siempre. Si te fijas en los productos que he diseñado pa ra Poltrona Frau, por ejemplo, verás que no tienen nada que ver con los que he hecho con Ceccotti. Y lo mismo sucede entre los que he proyectado para Flexform y los que produce Giorgetti. Cuando trabajo para una editora, siempre le presento propuestas conectadas con los productos que ya tienen en su catálogo. Y no se trata de rehacer, no. Ni de darle vueltas a las cosas. Sino de establecer un diálogo creativo con la firma. Hay colegas, por contra, que se empeñan en forjar un sello personal muy fuerte y reconocible, visible en todas sus piezas. Yo no. En mi caso, mi ‘firma’ puede verse en filigrana, nunca de una manera evidente.
Le trae a Madrid la presentación de su última colección, Duo, que significa para usted algo así como cerrar un círculo, ya que supone la colaboración entre las dos casas más importantes de su carrera. ¿Qué nos cuenta de ella?
Efectivamente se trata de una colección amplia que nace de la unión de dos compañías, Ceccotti Collezioni y Poltrona Frau, que es algo bastante inusual ya de por sí. De ahí el nombre: ‘Dos’. La clave está en que Poltrona Frau ha adquirido Ceccotti Collezioni, y eso lo ha hecho posible. Y luego está la común determinación de salir todos de nuestra zona de confort: una renunciando a sus orgánicas formas sinuosas, tan características; la otra, siempre tan contemporánea, pretendiendo haber rescatado una pieza de su archivo –en realidad una invención– y renunciando a la piel; y, yo, buscando provocar sinergías en una primera colaboración que mira al futuro.